Cine, Dientes y Dentistas

Web sobre la relación del cine con los dentistas, los dientes y el mundo de la odontología


360: Juego de destinos

360-cartelAÑO: 2012

DIRECCIÓN: Fernando Meirelles

INTÉRPRETES: Anthony Hopkins, Jude Law, Ben Foster, Rachel Weisz, Moritz Bleibtreu, Dinara Drukarova

FOTOGRAFÍA: Adriano Goldman

NACIONALIDAD: Reino Unido

DURACIÓN: 2012

En 1900 Arthur Schnitzler publicó una obra teatral titulada La Ronda. Se trataba de una historia coral cuyo contenido le acarreó bastantes problemas en la sociedad vienesa de la época porque tachaba de escandalosas las relaciones entre los personajes. Sin embargo, con el tiempo el esquema de La Ronda se convirtió en un modelo, a veces casi en una plantilla. Y es que Schnitzler, que había estudiado Medicina y que trabajó para uno de los maestros de Freud, proponía algo que el cine utilizaría muchas veces: los juegos cruzados de personajes cuyos destinos se van entremezclando e incluso superponiendo. Schnitzler presentaba a diez personajes, miembros de una serie de parejas algunas de las cuales se iban rompiendo y formando parte de otras hasta componer una cadena de relaciones que acababa cerrándose en sí misma.
En 1950 Max Ophuls levantó una de sus mejores películas sobre las huellas trazadas por Schnitzler. Con el mismo título que la obra teatral, La Ronda de Ophuls se representaba en un decorado artificial sobre el que la cámara se movía de unos personajes a otros en una especie de rueda de la vida donde un soldado conocía a una prostituta y tenía relaciones con una criada que a su vez caía en las redes de un señorito el cual mantenía un affaire con una mujer casada cuyo marido le era infi el con una modista enamorada de un poeta amante de una actriz a la que le gustaba un joven militar. Un resultado espectacular ratificaba la vigencia de la propuesta de Schnitzler.
Ha pasado más de medio siglo desde entonces y parece que La Ronda continúa. A Fernando Meirelles, un cineasta de origen brasileño que sorprendió hace unos años con una película titulada Ciudad de Dios y que se ha atrevido a adaptar a John le Carré (El jardinero fiel) e incluso a José Saramago (A ciegas), también le tentó esta especie de ruleta del destino. Con la obra de Schnitzler en la cabeza (aunque no en los títulos de crédito), y con el conocido guionista Peter Morgan firmando la historia, el cineasta brasileño ha dirigido 360. Juego de destinos (360, en el título original).
Los participantes en esta ronda del siglo xxi ya no son criadas, caballeros, poetas o soldados. En su lugar aparecen un ejecutivo, un mafioso, un guardaespaldas, un fotógrafo, un exconvicto, una prostituta, una estudiante, un dentista y su enfermera… y así hasta quince personajes. Lo que no ha cambiado con respecto al texto original es que seguimos estando ante un tratado sobre el amor y las relaciones humanas.
James Debbouze y Dinara Drukarova, los actores que interpretan al dentista de origen argelino y a su enfermera rusa, son dos de las piezas de este puzle en el que se enfrentan a la imposibilidad de su relación por motivos religiosos. El amor del dentista por la enfermera y de la enfermera por el dentista se pone de manifi esto en sus respectivas terapias. Allí es donde sabemos de un hombre enamorado de una misteriosa mujer con un gorro rojo y de una mujer que quiere dejar a su marido. Luego nos enteraremos de muchas más cosas; de que ella se llama Valentina y está casada con el guardaespaldas de un mafioso y que él es musulmán y su religión le prohíbe tener relaciones con una mujer casada. Y entre la aparición de la mujer del sombrero rojo y la determinante charla con el imán, una secuencia en la consulta donde ambos trabajan, donde ha surgido su amor platónico y donde acabará todo.
En La Ronda de Schnitzler todos los personajes mantenían relaciones al menos una vez. En la de Meirelles, no. Nuevos tiempos para una vida romántica globalizada en la que los dentistas también ocupan un lugar, que se mueve por cinco países diferentes, en la que sus protagonistas hablan siete idiomas y cuyo marco de relaciones se traza en tiempos de inestabilidad económica, de primaveras
árabes y del miedo al otro


Los miserables

AÑO: 2012

DIRECCIÓN: Tom Hooper

INTÉRPRETES: Hugh Jackman, Russell Crowe, Anne Hathaway, Amanda Seyfried, Eddie Redmayne, Samantha Barks, Helena Bonham Carter

FOTOGRAFÍA: Danny Cohen

MÚSICA: Claude-Michel Schönberg.

NACIONALIDAD: Reino Unido

DURACIÓN: 152 minutoslos_miserables_15949

En 1815 un presidiario llamado Jean Valjean obtiene la libertad condicional después de diecinueve años de condena por un delito menor. Aquel mismo año Napoleón Bonaparte pierde la batalla de Waterloo y los campos de esa ciudad belga se llenan de cadáveres de jóvenes soldados. En 1862 el escritor francés Víctor Hugo publica su novela Los Miserables a través de la que va siguiendo los pasos del exconvicto Valjean, mientras retrata un país en plena descomposición interna..
La adaptación musical de la obra de Víctor Hugo se estrena en París en 1980 y treinta y dos años más tarde, en 2012, Tom Hooper, el oscarizado director de El discurso del rey, acepta el reto de llevar al cine uno de los musicales de más éxito de la historia. En el reparto figuran, entre otros, Hugh Jackman (en el papel de Valjean) y Anne Hathaway (en el de Fantina).
Para conocer en profundidad a ambos personajes seguramente hay que acudir al relato literario. Víctor Hugo fue quien creó a ambos, pero también narró la batalla de Waterloo, y sobretodo habló de las miserias de un tiempo en el que la gente vendía lo que fuera con tal de sobrevivir:
-“¡Hermosos dientes tenéis, joven risueña! Si queréis venderme los incisivos, os daré por cada uno un napoleón de oro.
-¿Y cuáles son los incisivos? -preguntó Fantina.
- Incisivos -repuso el profesor dentista- son los dientes de delante, los dos de arriba.
- ¡Qué horror! -exclamó Fantina”.
Así lo contó el escritor y la verdad es que, aunque le horrorizara, Fantina vendió sus dos incisivos, porque quería salvar a su hija y necesitaba el dinero. Claro que, vendiendo sus dientes también consiguió las burlas de lo que Víctor Hugo llamaba “esos jóvenes ricos y ociosos que abundan en las ciudades pequeñas” algunos de los cuales le recordaba cada vez que la veía: “¡Qué fea eres! No tienes dientes”.
En la película de Tom Hooper los escalones que va descendiendo Fantina hasta su total destrucción se detienen en la venta del pelo y de los dientes. La fealdad que esta última práctica provocaba era evidente para todo el mundo y de ahí que alguien le recomiende al comprador de dientes que no le extraiga las piezas anteriores, para que no pierda del todo su belleza, y extraiga las siguientes, es decir premolares o molares. De esta manera al menos tendría ciertas posibilidades de seguir ganando algo de dinero dedicándose a la prostitución.
La práctica de la compraventa de dientes todavía era habitual en el momento en el que se publicó la novela original y mucho más a principios del siglo XIX. En un tiempo en que los materiales para fabricar dientes artificiales no se había desarrollado del todo, los dientes humanos eran la mejor alternativa y su precio se encarecía o se abarataba en función de la oferta y la demanda. La guerra y la paz contribuían a esa fluctuación. El campo de batalla después de la tragedia se veía como un inmenso vivero en el que obtener excelentes piezas dentales y, durante mucho tiempo, las dentaduras artificiales que ofrecían un aspecto joven y sano fueron conocidas como Dientes de Waterloo. Pero también los dientes de “los miserables” vivos como Fantina eran codiciados. En esos casos su pérdida auguraba una despedida de la juventud, de la belleza y, en último término, de las posibilidades de salir de la miseria. Así, cuando Anne Hathaway entra en ese camino sin retorno, interpretará “I dreamed a dream”, uno de los temas más conmovedores la película.

Los miserables FOTOHugh Jackman sufre la desesperación en una de las escenas de la película.


El Gran Gatsby

el-gran-gatsby-poster-finalAÑO: 2013

DIRECCIÓN: Baz Luhrmann

INTÉRPRETES: Leonardo DiCaprio, Tobey Maguire, Carey Mulligan, Joel Edgerton, Isla Fisher, Jason Clarke, Elizabeth Debicki

FOTOGRAFÍA: Simon Duggan

MÚSICA: Craig Armstrong

NACIONALIDAD: Australia y USA

DURACIÓN: 143 minutos

En 1925, el escritor norteamericano F.Scott Fitzgerald publicó El Gran Gatsby, una novela ambientada en el Nueva York de los años 20. El libro no tuvo demasiado éxito en su época pero fue redescubierto casi treinta años después, cuando ya la Segunda Guerra Mundial había terminado y el público disfrutaba imaginando que hubo un tiempo pasado que sonaba a jazz y en el que las noches eran interminables.
Protagonizada por Nick Carraway, que representa al propio novelista, el verdadero motor del libro es Jay Gatsby, un misterioso personaje que provoca la curiosidad del escritor y que comparte negocios no demasiado limpios con Meyer Wolfsheim, un “judío bajito y de nariz aplastada”, como se le describe en la novela. En uno de los encuentros que se produce entre Carraway y Wolfsheim la descripción literaria se detiene en un curioso detalle:
-Veo que está mirando mis gemelos. (No lo estaba haciendo, pero ahora sí los miré. Estaban hechos de unos pedazos de marfil que me eran extrañamente familiares).
-Los más finos especímenes de molares humanos –me informó.
-¡Vaya! -los examiné–. Es una idea interesante..
Ni Jack Clayton, en la versión que hizo de El Gran Gatsby para el cine en 1974, ni Baz Luhrmann en la que ha realizado en 2013, pasaron por alto este complemento del vestuario de Wolfsheim. Al fin y al cabo el personaje estaba directamente inspirado en un de los gángsters más importantes de la historia de Estados Unidos, Arnold Rothstein, un judío norteamericano poseedor de una gran fortuna, protagonista de numerosos escándalos y uno de los pesos pesados del crimen organizado en los años 20. Rothstein tenía fama de cuidar muy bien su aspecto y de llevar gemelos con sus iniciales pero, posiblemente por darle un toque más inquietante, Fitzgerald los transformó en aquellos dos molares con los que el gángster sujetaba los puños de su camisa.
Howard Da Silva, el actor que daba vida a Wolfsheim en El Gran Gatsby de 1974, se remangaba las mangas de su chaqueta y mostraba orgulloso a Nick Carraway, cómo lucían sus singulares gemelos. El detalle debió gustarle especialmente a Luhrmann y en la versión de 2013 el director de Moulin Rouge y de Australia no lo desaprovechó. Cuidadoso hasta el límite con todos los aspectos de vestuario y decoración, Luhrmann quiso darle un toque todavía más personal al gángster diseñando para él un alfiler de corbata en forma de diente, en el que es difícil no reparar.
Amitabh Bachchan, el actor de origen indio que interpreta a Wolfsheim en este último Gran Gatsby protagonizado por Leonardo di Caprio, luce orgulloso una pieza dental sobre su corbata roja, un detalle más estremecedor si cabe que los gemelos, ya que añade más sombras al peligroso atrevimiento y provocación de quien lo lleva. El particular complemento no se oculta bajo las mangas de ninguna chaqueta, es una evidencia, un botín, un complemento que muestra sin reparos que quien lo lleva se sabe poderoso. Wolfsheim se ha condecorado a sí mismo con un trofeo pequeño pero capaz de sorprender e inquietar a quien lo ve. Ese fino espécimen de molar humano, que diría Fitzgerald, es un extraño adorno para una corbata, aunque sea la corbata de un gángster.

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Wolfsheim (Amitabh Bachchan) y Carraway (Tobey Maguire) protagonizando uno
de los momentos literarios más curiosos del filme.


Tomboy

AÑO: 2011 tomboy-cartel

DIRECCIÓN: Céline Sciamma

INTÉRPRETES:  Mathieu Demy, Sophie Cattani, Zoé Héram, Malonn Lévana, Jeanne Disson

FOTOGRAFÍA: Crystel Fournier

MÚSICA: Para One

NACIONALIDAD: Francia

DURACIÓN: 84 minutos

La cineasta francesa Céline Sciamma podía haber titulado su segundo largometraje Garçon manqué, que es como se define en francés lo que en castellano llamaríamos “marichico” o en inglés tomboy. Pero prefirió llamarla con esta última denominación, tomboy, porque era un término más neutro y que carecía de las connotaciones de “chico fallido” o “chico equivocado” con las que habría que traducir la defi -nición francesa.
Y es que Laure, la protagonista de Tomboy, no es un niño que erróneamente ha nacido niña. Laure es una niña que aprovecha las facilidades que le proporciona un cambio de domicilio y una nueva vida, para presentarse ante sus nuevos amigos como Mickäel y así entrar a formar parte del grupo con un género distinto.
A sus diez años, el aspecto físico de Laure todavía le permite jugar al engaño. Simplemente con cortarse el pelo y ponerse la ropa amplia que le gusta, puede ser Mickäel durante el tiempo que dure el verano, hasta que tenga que ir a su nuevo colegio y deba darse a conocer con su auténtica identidad.
Pero el verano tiene otros inconvenientes y en bañador es más fácil distinguir un cuerpo femenino de otro masculino, aunque eso no tiene por qué ser un problema irresoluble. Para Laure esas diferencias no son sino pequeños pormenores que va resolviendo sobre la marcha, y las soluciones se encuentran, frecuentemente, en el mundo de los juegos, que es donde se suele habitar a su edad. Los trozos de plastilina con los que juega su hermana pequeña le sirven para crear el bulto que necesita que aparezca bajo su bañador de niña cortado a la altura de la cintura. Nada parece demasiado complicado. Mickäel
juega al fútbol, se enamora de una niña del grupo, cuida de su hermana y mantiene una dulzura que no está reñida con ningún género. Sciamma, que ya había retratado adolescentes en su primera película, Water Lillies, y en su cortometraje Pauline, reivindica para Laure un mundo propio en el que la protagonista tenga la posibilidad de reinventarse en cada detalle.

VIAJE DE IDA Y VUELTA
Así, Tomboy traza un viaje de ida, en el cual Laure ve una posibilidad de ser Mickäel, y otro de retorno, en el que la evidencia se impone. Entre ambos caminos Sciamma muestra a la protagonista en su habitación, después de un día de juegos en el río, abriendo una cajita con la figura de un ratón en la tapa. Es lo que queda de los primeros años de Laure: una colección de dientes de leche. Allí, junto a aquellos pequeños dientes efímeros, descansará a partir de ahora el trozo de plastilina que, durante una tarde llena de juegos y de risas, le ha permitido representar un sexo diferente. La caja de los dientes de leche es patrimonio del Ratoncito Pérez y todo el mundo sabe que eso forma parte del mundo de los cuentos y de la fantasía. Laure tiene solo diez años, pero es consciente de que Mickäel también
pertenece a ese territorio y que su existencia, como pasa con los cuentos, tiene su colorín colorado, aunque no comprenda porqué tiene que ser así.
Las miradas y la forma de estar de la joven actriz Zoé Héran son los principales elementos con los que cuenta Céline Sciamma para exponer su historia. Junto a ella el pequeño mundo que forma la familia y el grupo de amigos de la protagonista, expresa sin estridencias el malestar y la sorpresa por el engaño. La caja del ratoncito Pérez, de los sueños, de la infancia, se cierra. Laure tiene ya dientes permanentes y es una niña.

tomboy bañadorLaure utiliza trozos de plastilina con los que juega su hermana pequeña para crear  el bulto que necesita que aparezca bajo su bañador de niña y convertirse en Mickäel.


Ralph y Norman, dos héroes incomprendidos

Hay muchos ejemplos que permiten asegurar que, por lo menos dentro del mundo de la animación, el ser o sentirse diferente proporciona bastantes puntos para convertirse en el protagonista de la historia. La afi rmación se cumple en el cine de Tim Burton, en la película sobre la hija de Drácula, Hotel Transilvania, en el viaje fantástico y solitario de Chihiro, en las aventuras del pequeño Nemo con su aleta dañada, en unos cuantos clásicos de Disney, y en muchas películas más.
En los últimos meses el cine de animación ha proporcionado, además de dos excelentes películas, dos claros ejemplos de que la singularidad es un valor añadido, aunque a veces pueda no parecérselo a quienes se sienten desplazados del resto.
No está de más hacer hincapié en esto a través del cine animado, que tanto atrae a los más pequeños, y poner así de manifiesto que todos, incluso los que no encuentran su espacio, lo tienen. Por eso Rompe Ralph! y El alucinante mundo de Norman –ParaNorman, en el título original– son dos buenos ejemplos de solitarios incomprendidos que acaban convertidos en héroes. Pero además, en ambas películas los peligros para la salud dental y la necesidad del cuidado de los dientes, se dejan ver. rompe-ralph-fondo-7

EL PELIGRO DE LOS CARAMELOS
Rompe Ralph!, de Rich Moore, está protagonizada por un personaje de videojuego de casi tres metros de alto que se dedica a romper todo lo que se pone a su alcance. A simple vista, Ralph, cuyo nombre es un homenaje a Ralph Baer, el padre de los videojuegos, es el típico villano. Pero en realidad se siente desplazado y daría cualquier cosa por convertirse en Félix, una especie de Super Mario que todo lo arregla y que es el bueno de la película. En su intento por cambiar, Ralph entra en un videojuego llamado Sugar Rush Speedway, una especie de paraíso del dulce al modo de la fábrica de chocolate de Willy Wonka. Aquí hay pozos de caramelo verde, un rey llamado Candy, un bosque de dulces, arenas movedizas de Nesquik, lianas de azúcar solidificado, una montaña de Coca-Cola que entra en erupción al contacto con caramelos ácidos y hasta una colección de galletas Oreo que trabajan como guardias reales.

Sugar Rush es un homenaje a Candyland (País de los Dulces), un clásico pasatiempo de los años 40 al que Tarantino recordó en Django desencadenado –protagonizada por un dentista–, poniéndole ese nombre a la plantación donde vive el malvado Leonardo DiCaprio. Y es que, a pesar de su atractivo colorido y su maravilloso aspecto, en el paraíso de los caramelos hay muchos peligros y Ralph nos descubrirá que el Rey Caramelo (Candy King) esconde tras su dulce apariencia una realidad mucho más perversa.

HIGIENE DENTAL TERRORÍFICA

 Y si Ralph nos advierte de los peligros para los dientes, Norman, un chico de once años que puede hablar con los zombis, nos muestra que la higiene dental es imprescindible y que, además, la puedes adaptar a tus aficiones. Sam Fell y Chris Butler, los realizadores de El alucinante mundo de Norman, dibujan para su pequeño antihéroe un despertador en forma de tumba que se abre a las 7,30 horas y un cepillo de dientes eléctrico adornado con una cabeza de monstruo. Norman se contempla a sí mismo en el espejo con la boca llena de dentífrico y el aspecto aterrador que tanto le gusta, aunque resulte un incomprendido. Después de lavarse los dientes, Norman sale a la calle como el niño tímido y apocado que todos creen que es, pero pronto se convertirá, como Ralph y como tantos otros, en el héroe que nadie imaginaba.norman1

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A Norman le gusta limpiarse los dientes con un cepillo eléctrico adornado con una cabeza de monstruo y contemplarse en el espejo con la boca llena de dentrífico.


Django Desencadenado

Django_vBlancaAÑO: 2012

TÍTULO ORIGINAL: Django Unchained

DIRECCIÓN: Quentin Tarantino

INTÉRPRETES: Jamie Foxx, Kerry Washington, Leonardo DiCaprio, Christoph Waltz, Samuel L. Jackson

FOTOGRAFÍA: Robert Richarsdson

MÚSICA: Varios

NACIONALIDAD: EE.UU

DURACIÓN: 165 minutos

El western de todos los tiempos conserva un lugar muy especial para los dentistas. Un cineasta como Tarantino, cuyos gustos cinéfi los se forjaron entre las estanterías de un videoclub, no podía estar ajeno a esta constante, y por eso no es extraño que en su western del siglo XXI, Django desencadenado, uno de los protagonistas sea precisamente un dentista.

En el Oeste clásico la figura del dentista iba unida a la del médico, a la del cirujano e, incluso, a la del barbero y su tarea permanecía siempre muy cercana a la idea del dolor. En un buen número de títulos, el dentista era además un personaje alcoholizado al que sus conocimientos servían a veces para redimirse, aunque fuera momentáneamente. Tarantino sabe de todas estas peculiaridades y conoce a los médicos/dentistas que aparecen en películas como El árbol del ahorcado, de Delmer Daves; Río Lobo, de Howard Hawks; Tres forajidos y un pistolero, de Richard Fleischer; Pasión de los fuertes, de John Ford; Muerde la bala, de Richard Brooks, o La hora de las pistolas, de John Sturges.

Pero si hay un dentista en el que Tarantino se ha fijado para componer al doctor King Schultz de Django desencadenado, ese es “Indoloro”, el personaje que encarna Bob Hope en la película de Norman Z. McLeod Rostro pálido (1948). “Indoloro” viaja por el Oeste en una caravana en cuya
lona aparece dibujada una muela gigantesca. El director de Malditos bastardos copia la idea e instala
una muela, también gigante, sujeta a un enorme muelle que la mantiene en constante movimiento,
sobre la caravana del doctor Schultz.
CAMBIO DE OFICIO
Pero hay más coincidencias. “Indoloro” abandona su consulta, se adentra en las praderas del lejano Oeste acompañado por Juanita Calamidad (Calamity Jane) y disfruta con la idea de ser un héroe. En el caso del doctor Schultz, su compañero de viaje será un esclavo llamado Django, y su heroísmo estará estrechamente relacionado con el botín que obtenga, porque su nueva profesión es la de cazarrecompensas.
Y en eso del cambio de oficio, el doctor Schultz coincide también con otro mítico dentista del lejano Oeste, Doc Holliday. El amigo de Wyatt Earp cambió la odontología por el póquer; el doctor Schultz la abandona por la caza de forajidos, aunque siga viajando en su carreta de dentista.
Su transformación en dentista cazarrecompensas le ha valido a Christopher Waltz una nominación a los Oscar como Mejor Actor de Reparto. En 2009 su papel de oficial nazi en Malditos Bastardos le proporcionó una estatuilla en esa misma categoría. Está claro que Tarantino tiene una habilidad especial para crear inolvidables personajes de reparto.
Y, por si no quedara sufi cientemente clara la importancia que Tarantino le da a la profesión del doctor Schultz, solo hay que echar un vistazo al nombre que le ha puesto al malvado que interpreta Leonardo DiCaprio: Calvin Candie; y a su plantación: Candyland, es decir, “País de los dulces”. La denominación proviene de un juego de mesa muy popular en el mundo anglosajón, pero seguramente Tarantino, tan afi cionado a los homenajes y a las coincidencias, no podía dejar pasar la oportunidad de contraponer las bondades de su dentista cazarrecompensas con la maldad del hombre que ha bautizado su imperio como el paraíso de las golosinas.

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Christoph Waltz interpreta al doctor King Schultz. En la imagen, junto al esclavo Django (interpretado por Jamie Foxx), su compañero de viaje en la película.


Pura Vida

AÑO: 2012 Pura Vida

DIRECCIÓN: Migueltxo Molina y Pablo Iraburu

GÉNERO: Documental

FOTOGRAFÍA: Raúl de la Fuente

MÚSICA: Mikel Salas

NACIONALIDAD: España

DURACIÓN: 85 minutos

Entre el 19 y el 23 de mayo de 2008, en la cara sur del Annapurna, a casi ocho mil metros del suelo, dos hombres, Iñaki Ochoa de Olza y Horia Colibasanu, permanecieron en el interior de una pequeña tienda de campaña esperando un rescate que, pese a las complicaciones climatológicas y las dificultades para acceder hasta allí, terminó llegando, aunque para uno de ellos fuera demasiado tarde. Hasta catorce alpinistas de todo el mundo se movilizaron, y algunos incluso se jugaron la vida, para ayudar en un rescate peligroso y a contrarreloj.
Pura vida, dirigida por Pablo Iraburu y Migueltxo Molina, recoge el testimonio de los protagonistas de aquella expedición al Annapurna y de aquel rescate en el Himalaya. El título hace referencia a la expresión que solía utilizar Iñaki Ochoa de Olza, el montañero que falleció en aquella aventura, para explicar lo que experimentaba cuando se enfrentaba al reto de alcanzar la cima de una montaña.
El documental pone de manifiesto un sentimiento que comparten algunos montañeros de élite: “Las montañas no son estadios donde satisfacer nuestra ambición deportiva, sino catedrales donde practicar nuestra religión”. Se trata de una inscripción que puede leerse en el pequeño memorial budista dedicado a Anatoli Boukreev, un montañero admirado por Ochoa de Olza y que también falleció en la cara sur del Annapurna, once años antes que él.
Pero ¿quiénes son esos seres que se juegan la vida y se ponen a prueba una y otra vez tratando de alcanzar las cumbres más elevadas y los rincones más inhóspitos del planeta? La respuesta abarca personas tan variadas como geólogos, obreros de una fábrica, trabajadores de un desguace o dentistas. Todos ellos coinciden en señalar que lo que les diferencia del resto y les une entre sí es su pasión desaforada por la montaña. Una pasión que provoca un intenso contraste entre su vida cotidiana, más o menos convencional, y un apartado épico e incluso heroico cuando se aventuran a escalar las cimas más arriesgadas.
HORIA COLIBASANU
Horia Colibasanu responde perfectamente a ese modelo. Para quienes le conocen en Timisoara, su ciudad de origen, es un dentista de poco más de treinta años que vive con su mujer y su hijo en esta localidad rumana, donde hace ya bastante tiempo
nació una figura inolvidable del cine: Johnny Weissmüller, el mítico Tarzán. Pero existe otro Horia Colibasanu capaz de permanecer cuatro días junto a un compañero enfermo a más de siete mil metros de altura, aún sabiendo que en la montaña hay máximas como que a partir de una cierta altura no existe la piedad, que si pierdes la autonomía eres hombre muerto, que el Annapurna puede ser una trampa mortal o que cuando se atraviesa un punto no hay marcha atrás porque los helicópteros de rescate no pueden volar a cierta altura.
El dentista rumano desafió todos los preceptos de la montaña y, a través de contacto telefónico y por radio, puso en marcha la operación de rescate en la que se centra la película de Iraburu y Molina. Cuando llegó el relevo, Colibasanu emprendió el descenso que le salvaría la vida, y el montañero suizo Ueli Steck se quedó con Ochoa de Olza, hasta que murió.
Aquella tragedia no alejó al dentista rumano de la montaña y dos años más tarde volvió al mismo lugar, alcanzó la cumbre y vivió de nuevo duros momentos. Sin embargo, las dificultades no le han impedido afirmar: “Es difícil atender la consulta, asistir a congresos, entrenar e ir dos meses de expedición pero, si pudiera elegir, sería fácil, me decantaría por el alpinismo, porque sin la montaña no puedo vivir”.

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Horia Colibasanu, dentista y alpinista, es uno de los protagonistas del documental.